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Terror en los medios

Óptica Libre / Por Angy Bracho

Mientras usted lee esta columna la preocupación de miles de venezolanos crece más y más. La sistemática agresión a los periodistas y medios de comunicación se ha convertido en un dolor de cabeza permanente para amigos y familiares de quienes trabajan en los medios de comunicación.

Lo que comenzó con ademanes de escasa cordialidad y comentarios aparentemente inocuos hoy se ha tornado en una afrenta pública que comienza a descender desde las más altas esferas del poder y va replicando en gobernaciones, alcaldías hasta llegar al ciudadano común.

El agravio está aupado cada vez más por un verbo odioso, colmado de golpes, amenazas y arremetidas en contra de los profesionales de la comunicación y sus jefes, quienes hoy en día pareciera que se han convertido en un nuevo blanco marcial.

Intimidaciones, amenazas, torturas, detenciones, golpes, secuestros y homicidios se dan cita, no importa el lugar ni el horario ni la fecha en el calendario para las agresiones, ya no hay motivos porque no necesitan ser justificadas, no hay explicaciones porque no hay quien las exija. Para conocer datos concretos, sobre los sucesos que se han venido produciendo durante esta última década, relacionados con el tema de la agresión a los periodistas, dueños de medios y trabajadores ligados a los medios, puede hacerlo visitando la página del Instituto Prensa y Sociedad http://www.ipys.org.ve/.

Para Alba Ysabel Perdomo, corresponsal de Ipys en Ciudad Guayana y catedrática de la escuela de Comunicación Social en la UCAB “No es solo que los medios están aterrorizados, es que la sociedad se va a sumir en el silencio, que cada medio cerrado es una ventana menos al mundo, que cada periodista agredido es una voz silenciada y que el silencio lleva a la oscuridad, a no tomar decisiones, a no conocer lo que sucede”.

Si bien es cierto que gran parte de las agresiones perpetradas contra medios y periodistas ocurren a manos de civiles, en medio de motines o disturbios, debido a reacciones irracionales o de determinaciones tomadas por funcionarios que abusan de su autoridad, también es cierto que, en todo caso, la responsabilidad de esos hechos es inherente al Estado porque es éste el encargado de velar y garantizar los derechos de sus ciudadanos.

Al vulnerar la vida de un comunicador se ponen en juego su derecho a la vida, al trabajo, la libertad de expresión y de información, la integridad personal, la seguridad, la vida privada, en conclusión, una serie de derechos que se hallan estrechamente interconectados y que es imposible desvincular.

Más aún, cuando se pone en riesgo la vida de una persona que trabaja para mantener informada a una comunidad, la transgresión de sus derechos trasciende y no sólo se vulnera el derecho de un individuo, sino el de derecho cultural de esa sociedad a permanecer informada, educada y entretenida.

Ciertamente, no faltan casos en que medios y comunicadores han sobrepasado los límites del periodismo equilibrado que busca informar y educar, evitando los juicios de valor. No han faltado los que han malentendido la libertad de expresión y la han convertido en “libertinaje de expresión” como han asegurado en varias oportunidades altos funcionarios gubernamentales. No obstante, habría sido justo optar por medidas que, en lugar de promover la violencia y la polarización, estuviesen orientadas a llamar a la reflexión a quienes se empeñan en hacer la labor de los jueces.

Conversando con un amigo nos preguntamos cómo hemos llegado a este punto. Me refiero a las tensiones que cada día aumentan respecto a temas como el de las concesiones revocadas de las emisoras, la violencia generalizada, las agresiones contras periodistas y empresarios de medios, la inseguridad, la economía y un sinfín de asuntos que nos preocupan a casi todos.

No me explico cómo es que después de diez años no se ha logrado un equilibrio ni se ha encontrado una solución para los problemas que enfrentamos a diario, no los de oposición ni los oficialistas, sino los venezolanos en el sentido más amplio, problemas que paradójicamente se han dejado avanzar y han ido empeorando “a paso de vencedores”.

Gobernar no se trata de mejorar las condiciones para unos sino para todos. No tiene sentido que los que eran pobres ahora sean acomodados si los que eran acomodados ahora han caído en bancarrota, así como tampoco tiene sentido que las libertades sean amplias para los periodistas adeptos al partido oficialista si para los que piensan diferente la censura es inminente. La libertad deja de ser auténtica cuando existen límites para el que no comparte las mismas ideas, cuando se convierte en una inmunidad exclusiva para el camarada.

Despiece
Venezuela, un lugar para todos

Cuando era apenas una niña pensaba que la guerra no existía, que era una cuestión del pasado. No me imaginaba como la “gente grande” podía pelearse por tierras o dinero, mucho menos por el poder, que me resultaba algo tan abstracto como absurdo. Peor aún fue, para mí, comenzar a entender la gran problemática del Medio Oriente donde casi todas las guerras ocurren “en nombre de Dios”.

¿Cómo podría yo entender esto si en mi colegio católico, mis amigos musulmanes, evangélicos, drusos o budistas le llevaban rosas a la Virgen María? ¿Cómo podría haber entendido sobre el apartheid si en mi país, blancos y negros son lo mismo, si los chinos, alemanes o árabes fueron tan bien recibidos que todos terminamos mezclados?

El venezolano es así, esa es su naturaleza, abierta, receptiva, incluyente y plural. En esta tierra llena de gracia cuando hay poco, compartimos. Aquí recibimos naturalmente a los extranjeros y si se dejan querer no tardan en ser acogidos, incorporados y hasta adoptados por cualquier familia o grupo de amigos.

Por eso, más que nada en el mundo, me cuesta creer que hayamos llegado al punto en que la polarización, la agresividad y la violencia parecieran haberse apoderado de los corazones de nuestra gente.

Por eso me afecta aceptar que hoy, muchas familias se encuentren separadas por cuestiones políticas como consecuencia de las crecientes diferencias entre dos polos.

Por eso me rehúso a aceptar que la intolerancia se haya desatado al punto de que por reclamar el precio de un par de arepas el dueño haya matado a quemarropa a dos mujeres, una de ellas embarazada, o de que, por protestar pacíficamente le den una paliza a 12 personas sin reparar en las consecuencias que traen estos actos dañinos y repugnantes.

Lo que quiero decir es que de un país como el nuestro donde, por siglos, ha convivido felizmente gente de todo el mundo resulta aterrador advertir un panorama tan polarizado.