sábado

“Buscando visa para un sueño”

Óptica Libre / Por Angy Bracho

El primero de Enero llamé a mi tía en Estados Unidos para desearle un feliz año, aproveché para notificarle mi intención de ir a visitarla en New Jersey, y contarle que también iríamos a ver parte de la familia de mi esposo en New York. 

Hicimos la solicitud de la cita para obtener la visa americana que nos fue concedida para Octubre. Inmediatamente recibimos una notificación al correo electrónico con todos los recaudos que debíamos presentar ese día.

Pasaportes vigentes y anteriores, formularios DS-156 para ambos y DS-157 para mi esposo, foto de 5 x 5cm, con fondo blanco y, tentativamente, evidencias de lazos y responsabilidades en el país. Esos eran los requisitos exigidos para nosotros que solicitamos visas de turistas como “grupo familiar”.

Viajamos a Caracas siete meses después listos para nuestra presentación. En la Embajada no había estacionamiento para los visitantes, de modo que mi esposo dejó el carro afuera, muy lejos. Mientras tanto yo caminaba hasta la primera recepción.

Apenas al bajarme del carro salió un vigilante de “no-sé-dónde” que usó su pito para llamar mi atención y solicitarme que caminara por la acera, que, vale decir, no sólo estaba lejos de mí sino que además duplicaba la distancia que debía caminar. Para quien venía sobre la hora, era mucho pedir, pero obedecí sin cuestionar.

El Calvario
Así llegué a la primera estación del Vía Crucis que estaba por comenzar. Me atendió una vigilante que me hizo vaciar todo el contenido de mi cartera y examinó el contenido pieza por pieza. Y ya saben cómo somos las féminas, de allí salió maquillaje en todas sus formas y presentaciones, bolígrafos, papeles, tarjetas… “El Triángulo de las Bermudas” le dicen a mi cartera en mi casa.

A pesar de haber tomado la precaución de no llevar líquidos ni aparatos electrónicos ni celulares como lo indicaban en la página de la Embajada http://venezuela.usembassy.gov/, se me coló un pen drive que me solicitaron fuera devuelto al auto o bien podía dejarlo en manos de un señor que, desde hace tres años, tiene un puestito de trabajo junto a la entrada donde guarda pertenencias de los usuarios.

Devolverme al carro era absurdo, tomé la vía más fácil, decidí dejarlo con el señor, un hombre joven, como de 40 años, no muy simpático y que “cantaba” sus palabras como un perfecto caraqueño. Me cobró 10 Bolívares fuertes por guardarme el dispositivo, la quinta parte de lo que me costó, pero me importaba la información que tenía allí.

Volví a la recepción, otra vez me hicieron el mismo examen. Por fin, llegué al primer funcionario de la Embajada. Ya eran las 8:35 AM y teníamos 5 minutos de retraso pero no dudó, nos chequeó en una lista, grapó una pestaña en ambos pasaportes y nos dejó entrar. Llegamos a una sala contigua al aire libre donde un señor con megáfono nos aturdía al tiempo que nos daba las indicaciones para llenar los formularios.

La advertencia era clara, no podía quedar ningún espacio en blanco. Si alguna pregunta no correspondía con nuestra condición debíamos de colocar “NA” de “no aplica”. “Si se equivocó en algo tachen y corrijan”, decía el funcionario, confieso que me sorprendió tanta flexibilidad. Las planillas también debían estar firmadas y con la fecha del día, la pestaña que grapó el primer funcionario debía estar llena, separada y guardada aparte, para poder pasar a la siguiente recepción donde serían revisados los documentos.

El proceso
Hice mi primera colita, y llegué a la recepción. Me preguntaron si había perdido antes algún pasaporte y si había tenido visa americana, afirmé frente a ambas interrogantes y el funcionario con un resaltador rosa colocó -2 (supuse que eran dos puntos menos aunque nunca supe si estaba en lo cierto). En la planilla de mi esposo resaltó su condición de extranjero y también colocó un menos dos.

De inmediato pasé a la ventanilla donde una venezolana apenas me pidió los papeles los revisó, ingresó unos datos al sistema y me envió a la fila próxima. En la siguiente hilera debía estar con mi acompañante, nos pidieron que nos quitáramos cinturones, relojes, joyas para hacernos pasar a través de un arco de seguridad y escanear nuestras pertenencias.

En este punto nos debieron haber tomado las huellas digitales pero por alguna razón alguien abrió la puerta y salimos de allí. Esta vez caminamos por un pasillo estrecho y techado, rodeado de jardines y perfumado con ese olor a palmeras tan típico de Caracas. El caminito nos condujo hasta la terraza que tenía una espléndida vista panorámica de la capital pomposa y edificada recostada a un lejano cerro tapizado en su totalidad por casas de ladrillo.

La incierta espera
Hacía un día precioso, bastante soleado, llegaba suave la brisa y el cielo estaba despejado. La fila estaba larga, había alrededor de unas 70 personas, el vigilante nos indicó dónde debíamos colocarnos. Luego una guía nos entregó el número con el que seríamos llamados y nos hizo pasar a la sala de espera.

Allí entramos a un nuevo punto de revisión y detección de objetos y sustancias prohibidas. Algunas personas fueron devueltas -por llevar consigo unas agujas de acupuntura, un celular y una memoria USB, que no sé cómo llegaron hasta allí- otras seguimos el curso y tomamos asiento al final de la sala. No faltó el personaje amigable que intentó relajarnos ante la presión que había en el ambiente: un vigilante rellenito y moreno, de unos 35 años. Todos sus comentarios y gestos daban risa. “Es un chiste completo”, dijo una señora.

Esperamos allí sentados más de hora y media. Estaba haciendo calor, todo ese edificio estaba recubierto de granito, paredes, piso y techo, inclusive por fuera; tenía asientos de metal y barrotes de aluminio en el frente, el lugar también estaba al aire libre. El mediodía ya estaba por entrar y el calor arreciaba.

Cuando fuimos llamados creímos que sería para la entrevista. Pero no. Era una nueva sala de espera. Desde allí veíamos las ventanillas donde los que iban pasando eran entrevistados.

Los entrevistados
A menudo escuchábamos las preguntas que les hacían y sus respuestas. Nos enteramos de la vida del papá del vicepresidente de una de las gaseosas más vendidas, a quien han operado cuatro veces del corazón y por lo caro de las operaciones en USA se tuvo que regresar a Venezuela; de un chino jovencito que tiene un supermercado y una firma contable, de unos señores que querían ir a pasar su aniversario en los Estados Unidos; y de muchos otros: médicos, arquitectos, administradores, entre otros que estaban allí soñando qué harían con sus visas en mano.

Algunos solicitaban visas de turista, una de periodista, otros de trabajo, o por enfermedad, pero lo más impresionante era ver la cantidad de gente con título en mano pidiendo su visa de inmigrante, es triste por lo que les comentaba en la cuarta entrega de Óptica Libre, Éxodo de Cerebros:

 "Cada vez más son los jóvenes, en su mayoría profesionales recién graduados que contemplan la idea de dejar el país para ir en busca de nuevas oportunidades. Cerebros talentoso, formados por años que deciden partir a probar suerte en otros países donde es posible que pasen años antes de ser tratados como ciudadanos de primera o que jamás lo sean".
Esperamos como media hora cuando nos llamaron nuevamente a una fila, debíamos permanecer pegados a una pared, de frente a las ventanillas para ver cuando apareciera el número correspondiente en las pantallitas sobre las casillas donde seríamos entrevistados.

Nuestro caso fue particular. Cuando apareció el 056 en la pantalla otro señor se ubicó frente a la ventanilla. Entonces me acerqué para preguntar si debíamos esperar pero la funcionaria -joven, rubia, de unos 30 años, ojos azules y expresión parca- increpó inmediatamente con su acento americano “¡atrás, atrás señora, atrás!”. Fue un regaño. Me sentí abochornada.

La entrevista
Nos mantuvimos, también parcos, frente a la ventanilla hasta que el señor se retiró y ella nos llamó. Nos acercamos, entregamos los pasaportes y fuimos devueltos porque no nos habían tomado las huellas. Regresamos para hacerlo. Tomaron los registros y volvimos para esperar a ser llamados.

Luego de más de media hora de espera nos llamó. Revisó los documentos, preguntó sobre nuestros viajes, echó un vistazo muy rápido a los estados de cuenta, hizo varias preguntas en inglés sobre la estadía de mi esposo en Inglaterra, el tiempo que vivió allá y los estudios que cursó. A mi me ignoró casi los cinco minutos que duró la entrevista y yo lo acepté tranquila porque sabía que no tenía alternativa.

La gloria
Finalmente dijo: “Su visa ha sido aprobada por diez años”, le agradecimos y nos envió directo a cancelar la valija que traerá nuestros pasaportes a casa. La cola fue larga y demorada, el sol de las 2:30 PM estaba inclemente, pero no importaba, ya estábamos libres de la presión que se sentía allá adentro y felices, con celular en mano llamando para darles la noticia a quienes estuvieron pendientes. Durante el viaje de regreso sólo recordábamos esas palabras gloriosas: “Su visa ha sido aprobada por diez años, su visa ha sido aprobada por diez años, su visa ha sido aprobada por diez años…”

¿Cómo sacar una visa?
1. Determine qué tipo de visa desea solicitar.
2. Pida su cita con antelación.
3. Haga un itinerario de viaje tentativo.
4. Plantéese potenciales preguntas como un ejercicio previo de preparación.
5. Presente la documentación requerida en orden.
6. Lleve documentos probatorios de su relación con el país: propiedades y constancia de trabajo…
7. No olvide llevar sus estados de cuenta bancarios en original.
8. Y finalmente recuerde que cada país tiene sus propios requerimientos y procedimientos. 

Una receta para salir airoso del trámite:
Siga instrucciones, no falsifique ningún documento, sea honesto y transparente en la entrevista, muéstrese seguro, documéntese previamente, sea perseverante y paciente, esta es una prueba de resistencia. Sea positivo, no deje que la mente y la presión psicológica que ejercen los funcionarios hagan mella en usted, ellos tratan de intimidarlo para que usted se delate ante ellos. Y lo más importante, recuerde que de lo que cada turista o inmigrante haga dependen las políticas migratorias. ¡Compórtese y le estará haciendo un favor a la humanidad!

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