jueves

Matraca, deporte oficial


Antes la gente decía “pide más que un cieguito”, pero eso era antes, ahora el refrán “pide más que fiscal de tránsito”.
 Óptica Libre / Angy Bracho
De un tiempo para acá lo que antes se hacía “por debajo de cuerda” se ha convertido en un deporte oficial, no sólo porque se hace como si fuera normal o como una actividad más dentro de las competencias de los funcionarios públicos sino también porque la práctica ha sido adoptada desde las más altas esferas oficiales. ¡Qué barbaridad!
Oficiales y suboficiales, soldados, fiscales de tránsito, guardias nacionales, agentes aduanales, policías u oficinistas del IVSS, Mintra, Seniat, Indepabis, Inpsasel, Ince, oficinas administrativas públicas, entre otros, con el cuento que tienen un sueldo mísero someten a quien sea y “bajan de la mula” hasta a los de más elevada moral.
Es insólito, pero pasa alguien con un vehículo en mal estado, sin luces, con la carrocería dañada y fumigando con humo gris toda la ciudad y no lo paran porque a él no van a poder quitarle nada. Detienen al que va en su carrito arregladito para pedirle licencia, título de propiedad, certificado de circulación, los trimestres de la alcaldía, certificado médico, cédula y todo lo que se les ocurra, esperando encontrar algún documentos fuera de regla, o bien, que la persona sucumba ante la presión para finalmente decirle: “Bueno, no importa vale, pero dame pa´ los frescos”.
Se suma al temor que infunden los funcionarios, el terror de tener que pagar la multa que casi nadie entiende cuando le dicen son no-sé-cuántas Unidades Tributarias (UT), entonces comienza el infractor a multiplicar y a hacer memoria del precio al que están las UT luego a hacer el cálculo de Bolívares “de los anteriores” a Bolívares Fuertes (porque vale decir que la mayoría todavía está pegada en su cálculo anterior), total que, con cualquier excusa, aceptamos ser martillados sin oponer la menor resistencia.
Digo “aceptamos” porque he sido víctima de soborno, popularmente llamado “matraca o martillo”, en cualquiera de sus formas y en más de una docena de veces. Habría podido hacer una colección o escribir unas memorias nada más con la retahíla de “matraqueros” con que me he topado en el camino y para mayor calamidad donde he querido conseguir uno de esos no lo he logrado.
A pesar que en algunos entes públicos se ha determinado pagar por las multas que imponen los funcionarios, el negocio más rentable es martillar y la gente en medio de su desesperación, prefiere librarse de ese problema ofreciéndole o “embolsillándoles”, sin mayor protocolo, unos cuantos billeticos para comprar el pollo o la hamburguesa y los refrescos con que rematarán al final de su jornada. 
¿Cómo hemos llegado a este punto?
Luego de años sin supervisión, de legalizar conductas ilícitas, de aceptar lo que está mal sin decir nada, de no denunciar, de la complicidad, el amiguismo, de consentir la picardía no es más que una consecuencia que no vale la pena cuestionar.

¿Qué podemos hacer para solucionar el problema?
Indiscutiblemente lo ideal sería recomenzar, pensando primero en crear estrategias comunicacionales que eduquen al ciudadano y a los funcionarios para forjar una nueva conciencia colectiva y fomentar la cultura como un paso inicial, un borrón y cuenta nueva.

¿Quién debe actuar?
Tanto ciudadanos como entes gubernamentales son indispensables para solucionar el problema. Para el ciudadano común la recomendación es tomar conciencia que cada vez la situación se agrava más debido a la corrupción que reina en el sector público y el aval que le brinda el privado. Luego dar el ejemplo y, finalmente, exigir a todos por igual el cumplimiento de las leyes.
En el ámbito gubernamental vale revisar los procedimientos, luego la forma en que se ejecutan los mismos, elaborar un plan de educación para funcionarios públicos y, además revisar el esquema de las multas demasiado elevadas y los salarios en extremadamente bajos que han detonado el problema del soborno y lo han neutralizado, al punto que entre ciudadanos y funcionarios se justifican sin cuestionarse lo que ha ido aportando un aire de “todo bajo control” a la vergonzosa situación.

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