viernes

¿Quién dijo guerra?

Aquí todos tenemos un primo, tío, sobrino o amigo colombiano, una guerra contra Colombia sería pelear contra nuestros hermanos.

Óptica Libre / Por Angy Bracho
 
A los venezolanos no nos hace falta prepararnos para la guerra, nosotros estamos en guerra desde hace ya varios años, una batalla contra la inseguridad, la miseria, la inflación, el racionamiento, la escases, la confiscación y la expropiación. Nosotros aquí estamos luchando contra la destrucción endógena. 

Como ya he dicho antes, no sé si se trata de gobernar pensando en un pasado olvidado o si la idea es permitir la destrucción para erigir la Venezuela socialista sobre las cenizas, pero, créanme, esto no está funcionando.

Nada de ver para creer
Hasta ahora no tenemos como comparar las bajas que ha dejado la llegada de los “gringos” a las bases militares colombianas con la cantidad de venezolanos que fallecen todos los días a mengua en los hospitales, en accidentes de tránsito, atracos, ajusticiamientos… Mueren porque no hay control, porque no tenemos un gobierno que se ocupe de solucionar nuestros problemas pero sí de regalar nuestros recursos y de involucrarse en la vida política de otros países.

Lo peor del cuento es que, todavía, mucha gente cree en el proyecto revolucionario y en que su máximo líder desconoce la verdadera situación de su pueblo. Me parece un engaño brutal actuar como si existe la voluntad para solucionar los problemas que tenemos cuando, de los ministros para abajo, se burlan en nuestra cara de su propia inacción y de que nos dejan esperando como tontos por soluciones para nuestras dificultades. ¡Si tan sólo hubiera un poco de consideración y respeto la historia sería otra!

¡Primero muertos que bañados en sangre!
Por otra parte me parece ilógico, por no decir absurdo pensar siquiera en la idea de empeñarnos en un conflicto con Colombia porque, en primera instancia, la ideología que nos divide nunca será tan fuerte como la hermandad que nos une y, en segunda, porque jamás la preparación en campo de paz podrá compararse con la experiencia ganada en combate.

Aunque no lo pude escuchar, me comentaron que hoy, a través de la red de radio de Fe y Alegría el sacerdote jesuita Arturo Peraza, especialista en Derechos Humanos hacía un llamado a pensar en la paz y en el costo social que tendría la guerra. Además decía indignado que “en Venezuela todos tenemos un primo, un tío, un sobrino, un amigo colombiano, una guerra contra Colombia sería pelear entre hermanos”.

Más preparados que la avena
Colombia es un país que vive día a día un conflicto armado desde hace más de cuarenta años. De la boca de un militar colombiano y también de un sicario supe que muchos de ellos no ven películas de acción porque han hecho mucho más de lo que allí se dramatiza.

Para colmo de colmos, no estamos hablando de un enfrentamiento con una nación sin respaldo, es cierto que a lo mejor Venezuela no estará sola en su afrenta pero ni siquiera con la ayuda de todos los países latinoamericanos sería viable enfrentarse a uno que va de la mano del ejército más poderoso del mundo, el de los Estados Unidos.

¿Con qué vamos a pelear?
Si en algún momento, los más optimistas, pensaron que lo que nos podría salvar sería el arsenal de armas y “juguetes bélicos” en los que se ha invertido millones de dólares en los últimos tiempos, es triste, pero ya muchas de las aeronaves, comienzan a mostrar signos de una corrosión y avería prematura, ni hablar de los submarinos y fragatas que también se encuentran en un estado de profunda desolación y ha sido revelado en varias oportunidades por fuentes que conocen perfectamente la artillería venezolana.

¿Quiénes van a pelear?
Ni siquiera participando civiles y soldados en la guerra podríamos superar en número a los colombianos que son más de cuarenta millones, y si tomamos en cuenta la profunda polarización que aqueja nuestro país y la indisposición nuestra a la lucha armada creo que nos triplicarían en almas, definitivamente, la mejor opción sería claudicar, así que: como dirían los metafísicos “cancelado y transmutado”. 

Quiero traer a colación una canción de Arjona -para variar- que se llama “Del otro lado del sol” aquí se las dejo:

Vine desde mi galaxia a investigar este mundo,
lo encontre detras de una esquina y me basto un segundo
para saber que aquí flotan de la mano lo trivial y lo profundo(...)
Del otro lado del sol hay un mundo en decadencia,
no es casualidad que tierra rime con guerra.
Del otro lado del sol hay un mundo en decadencia
no es casualidad que humano rime con tirano,
es increible pero aquí nadie se tiende la mano.
En mi galaxia la especie se extingue y es inevitable
Abunda el amor pero no hay sol ni agua potable
mientras ustedes siguen discutiendo el asunto del desarme,
a veces Dios le da pan precisamente al que no tiene dientes
para que su peor castigo sea el día que te arrepientes.
He venido navegando más de cien años luz
y encontrarme con esto es más triste que un blues.
Será mejor ir preparando mi maleta,
pues prefiero morir de sed en mi planeta
a ser un personaje más de esta triste historieta.


jueves

Sociedad de consumo, un arma de doble filo


Óptica Libre / Por Angy Bracho 

Tuve que volar a New Jersey por una situación meramente coyuntural, hice escala en Caracas y en Miami. El viaje dejó varias ideas dando vueltas en mi cabeza. De ida conocí a varias personas con las que conversé sobre cómo viven los venezolanos el sueño americano, además en el vuelo de regreso y en mi “veintiúnica” y recortada pasadita por Manhattan también recogí datos interesantes que les quiero contar.

Acogiendo el sistema
En principio lo que más cuenta es la adaptación a las reglas y su estricto cumplimiento. Andrés Arrias, venezolano residente en la ciudad de Doral, asegura que le ha costado mucho amoldarse al sistema.

Recuerda que cuando llegó a Florida “no sabía qué hacer. Creo que hasta me daba miedo decir lo que pensaba porque aquí todo es muy delicado. Una vez me detuvieron porque mi tío tuvo un accidente  de tránsito cuando le avisé que su esposa se había caído por las escaleras y lo estábamos esperando en la clínica. En su celular estaba mi número y él declaró que yo le había informado lo de su esposa. Ni él ni yo imaginamos que eso me podría afectar a mi”.


Arrias debió asistir a varios cursos que lo ayudaron a conocer las leyes americanas para evitar incurrir en nuevas faltas y reconoce que es fundamental sondear las reglas del país antes de viajar o emigrar, “luego de esto, lo que queda es cumplirlas a cabalidad”.


Para Elvis José, venezolano de nacimiento, naturalizado americano y residenciado en Miami, el mismo esquema de vida que se lleva en el norte te va conduciendo y orientando. “Yo me oriento mucho por imitación, veo como prospera la gente que me rodeo y considero las opciones que se van presentando en el camino de acuerdo con mis posibilidades”.


“Yo tenía dos apartamentos en South Beach, aparte de mi casa en la comunidad de  El Doral –cuenta– luego de la recesión le tuve que entregar al banco los dos apartamentos y quedé pagando por mi casa el doble de lo que costaba cada cuota antes de la crisis. No pensé que todo se iría abajo, en Venezuela decimos que lo que sube de precio no baja, porque así es la dinámica de nuestro mercado, pero aquí en América todo es diferente”, dice José. En breve José estima que se presentará en bancarrota para comenzar de nuevo, esta vez con la lección aprendida.


Los venezolanos de paso
 
Con la inflación galopante que aqueja la economía del mercado venezolano de todas partes del país sale gente a ciudades “ideales” para compras como Miami, Nueva York y Los Ángeles, desde donde vienen cargados con hasta 4 maletas por persona sin importar el pago de multa por exceso de equipaje o el peso que deben soportar. 

Marianela Morales, caraqueña, viajó a Miami “nada más que para sacar los 2.500 dólares de viajero y para poder reclamar los 500 dólares en efectivo además de unos paquetes que contienen las compras que hizo con sus divisas para compras por internet”. 

En el avión, cuando entré me conseguí con un panorama ciertamente desconcertante, no era lo que dice Arjona sobre “fumarse un habano en American Airlines”, era una aeromoza gritando a viva voz a los pasajeros que estaban sentados en sus puestos escuchando el regaño. Mientras chillaba iba acomodando las sombreras, el compartimiento que queda por encima de los asientos. “Tenían que ser venezolanos, siempre es lo mismo, me tienen harta”, gruñía. 

La situación era la siguiente: aún faltaba la mitad de los pasajeros por embarcar, pero ya no había lugar para más equipaje, venían todos los espacios copados y aparentemente, esto se repite en cada vuelo “como si los venezolanos quisieran traerse Miami en la maleta” en palabras de la misma azafata. 

Sociedad de consumo
 Sin ánimos de hacer un juicio sobre la “etapa avanzada del desarrollo industrial capitalista” como algunos llaman a las sociedades de consumo, ciertamente son muchos los pros y los contras que saltan a la vista y los oídos de quienes pisan tierra americana.

USA es concebida como tierra de futuro, abundancia y oportunidades, no son pocos los inmigrantes que parten en busca de un nuevo destino y llegan persiguiendo el “Sueño Americano” que en muchos casos al ser malentendido ofrece un panorama benévolo cargado de igualdad,  oportunidades, libertad, objetivos al alcance de todos, educación y futuro para los hijos, además de riqueza.

Se suman, entonces, a ese sueño “a punto de realizarse” otros intereses, entonces la ecuación deja de ser de adición y comienza la sustracción. Al Estado le conviene que sus ciudadanos compren y consuman para recaudar impuestos. En aras de contribuir con sus intereses comienza a llevar al sistema a ofrecer comodidades para que todos compren incluso de forma ilimitada lo que compromete y llega a endeudar al máximo a sus ciudadanos. 

Ahora, cuenta como neutro el hecho de que esas comodidades están basadas en un principio de diversidad, es decir, variedad de productos, de costos y de formas de pago.

 Para comprar ropa para bebes, por ejemplo, usted puede recorrer decenas de centros comerciales, tiendas por departamentos, “outlets” o centros de descuentos donde puede conseguir desde las franelitas más económicas que pueden costar  hasta 1 dólar hasta las que llegan a los 100 dólares.

 Asimismo, es posible que en cada tienda le pregunten de qué forma desea cancelar. En la mayoría de las tiendas ofrecen descuentos por afiliación para los residentes, si usted se afilia le pueden abrir cuenta de pago por cuotas, también puede pagar con tarjeta de crédito o débito.

 En fin, en medio de una sociedad que le ofrece al ciudadano cada vez más posibilidades para consumir bienes y servicios de diferente naturaleza al precio que sea y le brinda comodidades orientadas tanto a satisfacer sus necesidades como a endeudarse es justo reconocer que nos encontramos ante un arma de doble filo.




Matraca, deporte oficial


Antes la gente decía “pide más que un cieguito”, pero eso era antes, ahora el refrán “pide más que fiscal de tránsito”.
 Óptica Libre / Angy Bracho
De un tiempo para acá lo que antes se hacía “por debajo de cuerda” se ha convertido en un deporte oficial, no sólo porque se hace como si fuera normal o como una actividad más dentro de las competencias de los funcionarios públicos sino también porque la práctica ha sido adoptada desde las más altas esferas oficiales. ¡Qué barbaridad!
Oficiales y suboficiales, soldados, fiscales de tránsito, guardias nacionales, agentes aduanales, policías u oficinistas del IVSS, Mintra, Seniat, Indepabis, Inpsasel, Ince, oficinas administrativas públicas, entre otros, con el cuento que tienen un sueldo mísero someten a quien sea y “bajan de la mula” hasta a los de más elevada moral.
Es insólito, pero pasa alguien con un vehículo en mal estado, sin luces, con la carrocería dañada y fumigando con humo gris toda la ciudad y no lo paran porque a él no van a poder quitarle nada. Detienen al que va en su carrito arregladito para pedirle licencia, título de propiedad, certificado de circulación, los trimestres de la alcaldía, certificado médico, cédula y todo lo que se les ocurra, esperando encontrar algún documentos fuera de regla, o bien, que la persona sucumba ante la presión para finalmente decirle: “Bueno, no importa vale, pero dame pa´ los frescos”.
Se suma al temor que infunden los funcionarios, el terror de tener que pagar la multa que casi nadie entiende cuando le dicen son no-sé-cuántas Unidades Tributarias (UT), entonces comienza el infractor a multiplicar y a hacer memoria del precio al que están las UT luego a hacer el cálculo de Bolívares “de los anteriores” a Bolívares Fuertes (porque vale decir que la mayoría todavía está pegada en su cálculo anterior), total que, con cualquier excusa, aceptamos ser martillados sin oponer la menor resistencia.
Digo “aceptamos” porque he sido víctima de soborno, popularmente llamado “matraca o martillo”, en cualquiera de sus formas y en más de una docena de veces. Habría podido hacer una colección o escribir unas memorias nada más con la retahíla de “matraqueros” con que me he topado en el camino y para mayor calamidad donde he querido conseguir uno de esos no lo he logrado.
A pesar que en algunos entes públicos se ha determinado pagar por las multas que imponen los funcionarios, el negocio más rentable es martillar y la gente en medio de su desesperación, prefiere librarse de ese problema ofreciéndole o “embolsillándoles”, sin mayor protocolo, unos cuantos billeticos para comprar el pollo o la hamburguesa y los refrescos con que rematarán al final de su jornada. 
¿Cómo hemos llegado a este punto?
Luego de años sin supervisión, de legalizar conductas ilícitas, de aceptar lo que está mal sin decir nada, de no denunciar, de la complicidad, el amiguismo, de consentir la picardía no es más que una consecuencia que no vale la pena cuestionar.

¿Qué podemos hacer para solucionar el problema?
Indiscutiblemente lo ideal sería recomenzar, pensando primero en crear estrategias comunicacionales que eduquen al ciudadano y a los funcionarios para forjar una nueva conciencia colectiva y fomentar la cultura como un paso inicial, un borrón y cuenta nueva.

¿Quién debe actuar?
Tanto ciudadanos como entes gubernamentales son indispensables para solucionar el problema. Para el ciudadano común la recomendación es tomar conciencia que cada vez la situación se agrava más debido a la corrupción que reina en el sector público y el aval que le brinda el privado. Luego dar el ejemplo y, finalmente, exigir a todos por igual el cumplimiento de las leyes.
En el ámbito gubernamental vale revisar los procedimientos, luego la forma en que se ejecutan los mismos, elaborar un plan de educación para funcionarios públicos y, además revisar el esquema de las multas demasiado elevadas y los salarios en extremadamente bajos que han detonado el problema del soborno y lo han neutralizado, al punto que entre ciudadanos y funcionarios se justifican sin cuestionarse lo que ha ido aportando un aire de “todo bajo control” a la vergonzosa situación.

sábado

“Buscando visa para un sueño”

Óptica Libre / Por Angy Bracho

El primero de Enero llamé a mi tía en Estados Unidos para desearle un feliz año, aproveché para notificarle mi intención de ir a visitarla en New Jersey, y contarle que también iríamos a ver parte de la familia de mi esposo en New York. 

Hicimos la solicitud de la cita para obtener la visa americana que nos fue concedida para Octubre. Inmediatamente recibimos una notificación al correo electrónico con todos los recaudos que debíamos presentar ese día.

Pasaportes vigentes y anteriores, formularios DS-156 para ambos y DS-157 para mi esposo, foto de 5 x 5cm, con fondo blanco y, tentativamente, evidencias de lazos y responsabilidades en el país. Esos eran los requisitos exigidos para nosotros que solicitamos visas de turistas como “grupo familiar”.

Viajamos a Caracas siete meses después listos para nuestra presentación. En la Embajada no había estacionamiento para los visitantes, de modo que mi esposo dejó el carro afuera, muy lejos. Mientras tanto yo caminaba hasta la primera recepción.

Apenas al bajarme del carro salió un vigilante de “no-sé-dónde” que usó su pito para llamar mi atención y solicitarme que caminara por la acera, que, vale decir, no sólo estaba lejos de mí sino que además duplicaba la distancia que debía caminar. Para quien venía sobre la hora, era mucho pedir, pero obedecí sin cuestionar.

El Calvario
Así llegué a la primera estación del Vía Crucis que estaba por comenzar. Me atendió una vigilante que me hizo vaciar todo el contenido de mi cartera y examinó el contenido pieza por pieza. Y ya saben cómo somos las féminas, de allí salió maquillaje en todas sus formas y presentaciones, bolígrafos, papeles, tarjetas… “El Triángulo de las Bermudas” le dicen a mi cartera en mi casa.

A pesar de haber tomado la precaución de no llevar líquidos ni aparatos electrónicos ni celulares como lo indicaban en la página de la Embajada http://venezuela.usembassy.gov/, se me coló un pen drive que me solicitaron fuera devuelto al auto o bien podía dejarlo en manos de un señor que, desde hace tres años, tiene un puestito de trabajo junto a la entrada donde guarda pertenencias de los usuarios.

Devolverme al carro era absurdo, tomé la vía más fácil, decidí dejarlo con el señor, un hombre joven, como de 40 años, no muy simpático y que “cantaba” sus palabras como un perfecto caraqueño. Me cobró 10 Bolívares fuertes por guardarme el dispositivo, la quinta parte de lo que me costó, pero me importaba la información que tenía allí.

Volví a la recepción, otra vez me hicieron el mismo examen. Por fin, llegué al primer funcionario de la Embajada. Ya eran las 8:35 AM y teníamos 5 minutos de retraso pero no dudó, nos chequeó en una lista, grapó una pestaña en ambos pasaportes y nos dejó entrar. Llegamos a una sala contigua al aire libre donde un señor con megáfono nos aturdía al tiempo que nos daba las indicaciones para llenar los formularios.

La advertencia era clara, no podía quedar ningún espacio en blanco. Si alguna pregunta no correspondía con nuestra condición debíamos de colocar “NA” de “no aplica”. “Si se equivocó en algo tachen y corrijan”, decía el funcionario, confieso que me sorprendió tanta flexibilidad. Las planillas también debían estar firmadas y con la fecha del día, la pestaña que grapó el primer funcionario debía estar llena, separada y guardada aparte, para poder pasar a la siguiente recepción donde serían revisados los documentos.

El proceso
Hice mi primera colita, y llegué a la recepción. Me preguntaron si había perdido antes algún pasaporte y si había tenido visa americana, afirmé frente a ambas interrogantes y el funcionario con un resaltador rosa colocó -2 (supuse que eran dos puntos menos aunque nunca supe si estaba en lo cierto). En la planilla de mi esposo resaltó su condición de extranjero y también colocó un menos dos.

De inmediato pasé a la ventanilla donde una venezolana apenas me pidió los papeles los revisó, ingresó unos datos al sistema y me envió a la fila próxima. En la siguiente hilera debía estar con mi acompañante, nos pidieron que nos quitáramos cinturones, relojes, joyas para hacernos pasar a través de un arco de seguridad y escanear nuestras pertenencias.

En este punto nos debieron haber tomado las huellas digitales pero por alguna razón alguien abrió la puerta y salimos de allí. Esta vez caminamos por un pasillo estrecho y techado, rodeado de jardines y perfumado con ese olor a palmeras tan típico de Caracas. El caminito nos condujo hasta la terraza que tenía una espléndida vista panorámica de la capital pomposa y edificada recostada a un lejano cerro tapizado en su totalidad por casas de ladrillo.

La incierta espera
Hacía un día precioso, bastante soleado, llegaba suave la brisa y el cielo estaba despejado. La fila estaba larga, había alrededor de unas 70 personas, el vigilante nos indicó dónde debíamos colocarnos. Luego una guía nos entregó el número con el que seríamos llamados y nos hizo pasar a la sala de espera.

Allí entramos a un nuevo punto de revisión y detección de objetos y sustancias prohibidas. Algunas personas fueron devueltas -por llevar consigo unas agujas de acupuntura, un celular y una memoria USB, que no sé cómo llegaron hasta allí- otras seguimos el curso y tomamos asiento al final de la sala. No faltó el personaje amigable que intentó relajarnos ante la presión que había en el ambiente: un vigilante rellenito y moreno, de unos 35 años. Todos sus comentarios y gestos daban risa. “Es un chiste completo”, dijo una señora.

Esperamos allí sentados más de hora y media. Estaba haciendo calor, todo ese edificio estaba recubierto de granito, paredes, piso y techo, inclusive por fuera; tenía asientos de metal y barrotes de aluminio en el frente, el lugar también estaba al aire libre. El mediodía ya estaba por entrar y el calor arreciaba.

Cuando fuimos llamados creímos que sería para la entrevista. Pero no. Era una nueva sala de espera. Desde allí veíamos las ventanillas donde los que iban pasando eran entrevistados.

Los entrevistados
A menudo escuchábamos las preguntas que les hacían y sus respuestas. Nos enteramos de la vida del papá del vicepresidente de una de las gaseosas más vendidas, a quien han operado cuatro veces del corazón y por lo caro de las operaciones en USA se tuvo que regresar a Venezuela; de un chino jovencito que tiene un supermercado y una firma contable, de unos señores que querían ir a pasar su aniversario en los Estados Unidos; y de muchos otros: médicos, arquitectos, administradores, entre otros que estaban allí soñando qué harían con sus visas en mano.

Algunos solicitaban visas de turista, una de periodista, otros de trabajo, o por enfermedad, pero lo más impresionante era ver la cantidad de gente con título en mano pidiendo su visa de inmigrante, es triste por lo que les comentaba en la cuarta entrega de Óptica Libre, Éxodo de Cerebros:

 "Cada vez más son los jóvenes, en su mayoría profesionales recién graduados que contemplan la idea de dejar el país para ir en busca de nuevas oportunidades. Cerebros talentoso, formados por años que deciden partir a probar suerte en otros países donde es posible que pasen años antes de ser tratados como ciudadanos de primera o que jamás lo sean".
Esperamos como media hora cuando nos llamaron nuevamente a una fila, debíamos permanecer pegados a una pared, de frente a las ventanillas para ver cuando apareciera el número correspondiente en las pantallitas sobre las casillas donde seríamos entrevistados.

Nuestro caso fue particular. Cuando apareció el 056 en la pantalla otro señor se ubicó frente a la ventanilla. Entonces me acerqué para preguntar si debíamos esperar pero la funcionaria -joven, rubia, de unos 30 años, ojos azules y expresión parca- increpó inmediatamente con su acento americano “¡atrás, atrás señora, atrás!”. Fue un regaño. Me sentí abochornada.

La entrevista
Nos mantuvimos, también parcos, frente a la ventanilla hasta que el señor se retiró y ella nos llamó. Nos acercamos, entregamos los pasaportes y fuimos devueltos porque no nos habían tomado las huellas. Regresamos para hacerlo. Tomaron los registros y volvimos para esperar a ser llamados.

Luego de más de media hora de espera nos llamó. Revisó los documentos, preguntó sobre nuestros viajes, echó un vistazo muy rápido a los estados de cuenta, hizo varias preguntas en inglés sobre la estadía de mi esposo en Inglaterra, el tiempo que vivió allá y los estudios que cursó. A mi me ignoró casi los cinco minutos que duró la entrevista y yo lo acepté tranquila porque sabía que no tenía alternativa.

La gloria
Finalmente dijo: “Su visa ha sido aprobada por diez años”, le agradecimos y nos envió directo a cancelar la valija que traerá nuestros pasaportes a casa. La cola fue larga y demorada, el sol de las 2:30 PM estaba inclemente, pero no importaba, ya estábamos libres de la presión que se sentía allá adentro y felices, con celular en mano llamando para darles la noticia a quienes estuvieron pendientes. Durante el viaje de regreso sólo recordábamos esas palabras gloriosas: “Su visa ha sido aprobada por diez años, su visa ha sido aprobada por diez años, su visa ha sido aprobada por diez años…”

¿Cómo sacar una visa?
1. Determine qué tipo de visa desea solicitar.
2. Pida su cita con antelación.
3. Haga un itinerario de viaje tentativo.
4. Plantéese potenciales preguntas como un ejercicio previo de preparación.
5. Presente la documentación requerida en orden.
6. Lleve documentos probatorios de su relación con el país: propiedades y constancia de trabajo…
7. No olvide llevar sus estados de cuenta bancarios en original.
8. Y finalmente recuerde que cada país tiene sus propios requerimientos y procedimientos. 

Una receta para salir airoso del trámite:
Siga instrucciones, no falsifique ningún documento, sea honesto y transparente en la entrevista, muéstrese seguro, documéntese previamente, sea perseverante y paciente, esta es una prueba de resistencia. Sea positivo, no deje que la mente y la presión psicológica que ejercen los funcionarios hagan mella en usted, ellos tratan de intimidarlo para que usted se delate ante ellos. Y lo más importante, recuerde que de lo que cada turista o inmigrante haga dependen las políticas migratorias. ¡Compórtese y le estará haciendo un favor a la humanidad!

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¡Música para todos!

Con el sello de “made in Venezuela” el Sistema Nacional de Orquestas implantado aquí se propaga por el mundo y su ola expansiva va transformando el concepto que, hasta ahora, reservaba la música clásica para las élites.

Óptica Libre / Por Angy Bracho

En Venezuela no hemos tenido un Ricky Martín, tampoco un Luis Miguel, ni tenemos una Shakira o un Juanes que lleve nuestra bandera tricolor y estrellada por el mundo. No tenemos un ídolo musical que se cuele entre los jóvenes para dar a conocer a la “Pequeña Venecia” en sus grandezas y menudencias.

Para sorpresa del mundo y de muchos venezolanos, que se enteraron del logro del Sistema Nacional de Orquestas después que fue detonada la bomba del éxito en el exterior, la música clásica sale de nuestro país para sembrarse en el corazón de la gente, multiplicar esperanza y ofrecer una oportunidad de desarrollo a todos, sin distingo de raza, color o estatus social.

“El Sistema” como es conocida la Fundación del Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela ha ido ganando legitimidad a medida que integra a niños, niñas y adolescentes que viven en condiciones diferentes. El reconocimiento viene dado porque ha supuesto más que un alerta para los oídos, un despertar social, un abrir de ojos y de corazón para los músicos.

Contrario al acuerdo social mantenido universal e históricamente, el arte proyectado desde mi país se ha convertido en un heroico elemento de transformación para todos los sectores, en especial para los más empobrecidos.

Con la creación de Acción Social para la Música, como se llamó en el año 1974 cuando el doctor José Antonio Abreu fundó lo que hoy es conocido como “El Sistema”, inició el acabose de todos los preceptos que apuntaban a reservar la música clásica para las clases económicamente favorecidas, para la élite.

El maestro Abreu asegura que “El Sistema estimula la construcción de los puentes entre mundos musicales que cada vez se están haciendo más estrechos, es un estímulo para seguir desdibujando esa frontera”. Me atrevo a decir que no sólo son puentes entre mundos musicales, sino también entre pisos sociales paralelos que no convergen en la cotidianidad.

El programa se dio a conocer a nivel nacional por rescatar gente joven que se hallaba en circunstancias de pobreza extrema, donde era frecuente el abuso de drogas y había predisposición al crimen. A cada nuevo integrante se le iba entregando un instrumento que debía ganarse por mérito propio, dicen que así comenzó la historia.

En los barrios del país, más que todo de Caracas, lo que estaba pasando en las orquestas corría tan rápido como la pólvora que sobrevolaba los cielos capitalinos.

“El Sistema” ha ido rescatando gente de la miseria, dándole sentido a sus vidas, haciéndolos sentir auténticamente útiles, eso convierte a la música en una potencial solución a la situación de criminalidad desbordada en el país.

Bien lo resume en su canción Vivo por Ella, el italiano Andrea Bocelli cuando expresan el valor de la música y lo que es capaz de hacer: “Ella a mi lado siempre está, para apagar mi soledad. Más que por mí, por ella yo vivo (…) En mi piano a veces triste la muerte no existe, si ella está aquí. Vivo por ella que me da todo el afecto que le sale, a veces pega de verdad, pero es un puño que no duele. Vivo por ella que me da fuerza, valor y realidad, para sentirme un poco vivo. Desde un palco o contra un muro, vivo por ella al límite, en el trance más oscuro. (…) Ella va dándome siempre la salida porque la música es así, fiel y sincera de por vida. Vivo por ella que me da noches de amor y libertad, si hubiese otra vida, la vivo por ella también… Ella se llama música”.

Entre todos los cambios y procesos que estamos atravesando en el país no me cabe duda de que si alguna decisión ha sido asertiva por parte del Estado venezolano, esa ha sido la de respaldar esta iniciativa, y se pone más vigente que nunca sobre todo en estos momentos, cuando cunde el pánico por la inseguridad extrema en que vivimos.

A propósito de esto, hay un tema que no es muy conocido, sin embargo, vale la pena destacar, el de la Red de Orquestas Sinfónicas Penitenciarias.

El proyecto constituye un ensayo inédito y muy válido de tratamiento para los individuos privados de libertad, con miras a facilitar su proceso de reinserción social, mediante el aprendizaje, la práctica y el disfrute de la música como disciplina exigente, con principios, que ayuda al proceso de socialización de hombres y mujeres.

Eddiguer Guerrero, líder de la Red que fue instalada a partir de junio 2007 en tres centros penitenciarios del país, asegura que está previsto incorporar un 40% de la población reclusa con el objetivo de brindar a los participantes un proyecto de vida, lleno de compromiso, valores y un futuro viable como músicos al momento de incorporarse a la sociedad.

Honor a quien honor merece

Detrás de todo el éxito del proceso que ha representado erigir “El Sistema” evidentemente hay un equipo de trabajo incansable, liderado por el maestro José Antonio Abreu, genio y padre de la iniciativa.

Abreu, economista y músico es la maquinaria que impulsa El Sistema. Un amigo de la infancia, hoy contrabajista de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, me comentaba preocupado en días recientes: “Yo no sé, amiga mía, cómo vamos a hacer el día que se nos vaya el maestro. –dice refiriéndose al José Antonio Abreu- Él trabaja demasiado, todo el trabajo que él hace no serían capaces de hacerlo ni 20 personas. Trabaja sin horario, todo el tiempo necesario, echa números, hace llamadas, viaja para todas parte, todo le gusta hacerlo en persona. Trabaja demasiado”. Yo tampoco quisiera pensar en esto.

La Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, es el producto más destacado de “El Sistema” y su alumno más notable es el Director Gustavo Dudamel, formado desde pequeño en el movimiento musical que nació a mediados de los años 70 y desde entonces ha formado a más de 350.000 jóvenes niños y niñas.

Orgullo patrio, el director, conocido entre los angelinos como “Gustavo El Grande”, “Gustavissimo” o, simplemente, “GD”, ha llegado a Los Ángeles, California, para dirigir la Filarmónica de esa ciudad y desde ya ha hipnotizado a ciudadanos de todas partes del mundo con el torbellino de emociones que ha desatado en sus más recientes presentaciones.

De Venezuela para el mundo

Según el diario londinense The Guardian “mientras en las calles de Londres va en aumento la violencia juvenil y las pandillas, en Venezuela existe hace 30 años un sistema diseñado justamente para evitar que los jóvenes caigan en la delincuencia o la drogadicción”.
“Hay lecciones que se deben aprender en Gran Bretaña”, dice la nota, y sugiere que una iniciativa como la de El Sistema, debería desarrollarse a lo largo y ancho del país. Por otra parte, The Independent refiriéndose al concierto de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar en los Proms (de la BBC) apunta que también fue un espectáculo edificante porque "muchos de estos jóvenes podrían haber terminado empuñando un arma y no un instrumento musical (…) Nos sentimos avergonzados ante el ejemplo de Venezuela. Pero su ejemplo irradia esperanza".
“Para la sociedad británica aficionada a la música clásica y muy sensible a los problemas de las pandillas juveniles, es posible que en esta oportunidad, la lección venga de América Latina”, asegura Javier Lizarzaburu de BBC. 

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viernes

Haciendo ciudad a Guayana

Óptica Libre / Por Angy Bracho

Hace 50 años en esta ciudad no teníamos represas, ni un Cachamay donde pasar los domingos, ni un Teatro de Piedra como el de La Llovizna. No teníamos un Carlos Silva en las grandes ligas ni había quien nos regalara una Serenata Guayanesa. Hace medio siglo no teníamos identidad, nada nos unía.

A 48 años de su fundación Ciudad Guayana, conformada por dos poblaciones, Puerto Ordaz y San Félix, ha pasado por múltiples etapas. A pesar de lo joven, esta urbe ha conocido el auge, la bonanza, la esperanza de ser la tierra que prometía pero también la tribulación, la debacle y el olvido.

No obstante, más allá de lo que merece, nuestra ciudad también tiene muchas necesidades a propósito de sus carencias. Guayana tiene sed de agua limpia, visión de grandeza, sueños de inclusión, ansias de progreso y urgencia de educación. No es justo que en una tierra como esta los recursos se negocien sin retornar nada a cambio.

Hemos visto como la Alcaldía del municipio se ha hecho cargo de la ciudad a través de un plan de embellecimiento, que, es cierto, le ha cambiado la cara. La urbe se siente mucho más limpia y ordenada.

Sin embargo, vale la pena preguntarse si esto soluciona el problema de la gente que ha adoptado la conducta de arrojar basura y recipientes de vidrio a las calles.

Para una mejor ciudad, no cabe duda que es una necesidad imperiosa la de integrar e incluir a la gente, independientemente de su color, su credo o su nacionalidad. Finalmente, si todos vivimos en Guayana es justo que convivamos sin reparar en las condiciones.

Mucha gente ampara la discriminación en las desigualdades sociales que empujan a delinquir a quienes no cuentan con los mismos recursos, mas, debo decir que conozco mucha gente que vive con lo mínimo y es tan o más honrada que muchos adinerados. No debe haber cabida para la segregación, no tiene sentido. Tal vez allí comienzan muchos de los problemas sociales.
 
Siguen siendo más de un centenar las camionetas, conocidas popularmente como “perreras”. Estos vehículos que antes circulaban con hombres, mujeres y niños atiborrados en la parte trasera siguen circulando de manera errática y muchas veces a exceso de velocidad.

Debió ocurrir un accidente fatal, después de muchos, para que las autoridades se percataran de que Guayana merece un transporte digno y si bien es cierto que las autoridades han puesto un granito de arena para solucionar el problema al comprar buses, también es cierto que las medidas no han sido suficientes para lograr una solución definitiva a este flagelo.

Siendo Ciudad Guayana de las polis más planificadas de Venezuela resulta inverosímil que tenga un vertedero de basura tan insalubre que hacen vida mamíferos, aves de rapiña y humanos en condición de iguales y no conforme con eso compiten por las mejores presas.

Es paradójico que Puerto Ordaz, tenga las mejores caminerías pero muy poca gente camine y los ciudadanos de a pie en San Félix tengan que arriesgarse a caminar, inclusive en la oscuridad de la noche, por los bordecitos de las calles porque son muy pocas las que cuentan con aceras.

Hablar de las buenas costumbres es casi un tema vetado, esa lección sólo la ven los infantes cuando están en primero o segundo grado, después de eso, si te atreves a hablarle de modales a uno de tercero eres anticuado y estás “out”. ¡Nada que ver!

No sólo eso sino que parece que el chamo de tercer grado tiene razón cuando dice “nada que ver” porque nosotros ignoramos “olímpicamente” los buenos días de cualquiera. El tema de las normas del buen hablante y del buen oyente también es para los niños. Por favor, gracias, permiso, adelante… ¿Para qué fueron inventados? ¡Eso nosotros no lo necesitamos!

Ciertamente, hay que detenerse un ratito a reparar en las actitudes. La mayoría ignoramos el semáforo, el rayado peatonal y todas las señales de tránsito, estamos más o menos como el de la canción aquella que decía: “íbamos los dos al anochecer, oscurecía y no podía ver, yo manejaba iba a más de cien, prendí las luces para leer, había un letrero de desviación el cual pasamos sin precaución, muy tarde fue y al frenar el carro volcó y hacia el fondo fue a dar...”

Dicho por muchos, ver el choque de los ríos es algo novedoso, para quienes vivimos aquí también es un orgullo. Así como nos enorgullece decir que vivimos en Puerto Ordaz o que muy pocas veces visitamos San Félix.
Dos de los ríos más importantes de Venezuela se encuentran en Guayana frente a uno de los tres puentes que mantienen comunicada la ciudad. Ellos nunca se abrazan, no se funden, en palabras de Arturo Uslar Pietri “…un río de acero negro pulido entra como una daga limpia en el costado fangoso del monstruo de tierra del Orinoco marrón. Hay un trecho en que no se confunden, el río limpio que viene en la solitaria montaña parece no querer mezclarse con el río turbio y sucio que viene manchado de las tierras dañadas por el hombre".

Tal vez el día que los guayaneses comencemos a sentirnos orgullosos de serlo, íntegramente, sin pensar en Puerto Ordaz o San Félix, ese mismo día los ríos se fundan y se conviertan en uno sólo para recordarnos que aunque seamos diferentes no podemos negar que somos hermanos e hijos de una misma tierra.

Donde todo comenzó
Ciudad Guayana, está conformada por dos poblaciones San Félix y Puerto Ordaz. San Félix tiene sus antecedentes en el siglo XVIII cuando llegaron los monjes catalanes capuchinos y Puerto Ordaz fue planificada por la Corporación Venezolana de Guayana y la entonces Orinoco Mining Company a mitad del siglo XX.
En aquel entonces, cuando se comenzó a planificar la moderna y prometedora urbe se pensó en hacer campamentos que luego se consolidarían como urbanizaciones para los trabajadores y obreros. Mientras que para los jefes, en su mayoría extranjeros de las mineras, se construirían viviendas en áreas aledañas a las empresas como el caso de los Campos A, B y C de la Ferrominera. Es probable que en este momento haya comenzado una larga historia de exclusión.
Evidentemente, no es buena idea comenzar a escarbar y a cuestionar la planificación. Mas resulta interesante, en este punto, hacer un alto para caer en cuenta de que la situación fue configurada hace más de medio siglo y hoy teniendo conciencia de esto somos nosotros quienes debemos revertir la larga cadena de exclusión para comenzar a escribir en nuestra ciudad una nueva historia de inclusión e integración.

¡Únete tú también!
Basta y sobra con que hayas nacido aquí, es suficiente con que escuches el himno y no pienses que es tuyo o de ellos, que se te erice la piel cuando escuches al maestro Simón Díaz o cuando la gran Sinfónica toque dirigida por Dudamel. Únete con el de al lado y vamos a construir una ciudad ejemplar.
No importa si eres chavista o de Copei, si sigues pensando que lo tuyo era URD o si, de verdad, crees en Primero Justicia. Sería aburrido que fuéramos todos iguales y creyéramos todos lo mismo, pero no puedo negar que sueño con que, algún día, todos tengamos las mismas oportunidades. ¡Una mejor Ciudad Guayana es posible y está en nuestras manos!

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